1998/99: «The Slow Dance»
“Me da igual si firmas un récord de 82-0, este va a ser tu último año como entrenador de los Bulls”. Estas fueron las palabras con las que Jerry Krause confirmó a Phil Jackson que sólo le quedaba una temporada al frente de uno de los mejores (por no decir el mejor) equipos de la historia. “El maestro zen”, cómo no, tuvo que poner un título novelesco a aquel curso que se avecinaba. The Last Dance (El Último Baile) fue el nombre que adquirió esa última aventura con Jordan y compañía. Como se dice en el documental, del que no pretendo haceros demasiados spoilers, llegar a la meta del sexto anillo no fue nada fácil.
Jackson quería hacer triunfar de nuevo a ese conjunto. Sin embargo, éste era por momentos indomable. Y, claro, no es nada fácil hacer bailar a un toro. Mucho menos convertirlo en el rey de aquel baile apaciguado que era la NBA de entonces. Una liga que, consciente de que el mejor se marchaba y sus más fieles escuderos iban a separar sus caminos, decidió bailar muy lento. Acabó siendo ese último baile de la noche. El que bailamos despacio, creyendo que así se alargará un poco y saborearemos al máximo aquello que está a punto de acabar y no volverá jamás. Era, por aquel entonces, la segunda temporada más lenta de la historia de la competición. Y, el ritmo de los Bulls, el octavo más bajo del curso. En Playoffs lo bajaron todavía más y fueron el cuarto equipo más lento de la postemporada.
Al final, el plan acabó saliendo de la mejor forma posible. El toro bailó todo tipo de música hasta acabar dominando el jazz en Salt Lake City. Ciudad a la que, pese al nombre de su equipo, no le va mucho la marcha. “The Last Shot” (otro título de novela) y un triple errado por Stockton marcaron el final del baile. Jordan marcaba el número seis con sus dedos y abrazaba emocionado a Phil Jackson. Aquello había acabado y la meta se había alcanzado. Chicago celebró y gozó el momento, a sabiendas de que no verían algo igual en mucho tiempo. O quizás, para qué engañarnos, no lo vuelvan a ver. Jackson se marchó, Pippen firmó vía sign & trade con los Rockets y, durante el primer lockout de la historia de la NBA, Jordan anunció su segunda retirada.

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Una de las mejores dinastías de la historia desapareció por completo. Esto dejó, por lo tanto, la pista de baile a disposición de quien fuera capaz de brillar. Pero eso no iba a ser nada fácil. Grandes jugadores y equipos de los 90’ pelearían por ello. Al mismo tiempo, proyectos algo más jóvenes tenían la oportunidad de empezar a construir su propia dinastía. La dura pelea dio comienzo el 5 de febrero de 1999. Durante sólo tres meses, cada conjunto disputó 50 encuentros. Esto equivalía a un partido cada algo menos de dos días. El ritmo de la competición fue frenético. Pero, ¿lo fue el de juego?
Si la temporada anterior había sido la segunda más lenta de la historia hasta ese momento, la 1998/99 (o más bien la 1999) se convirtió en la más más lenta de todos los tiempos. Sus 88’9 posesiones cada 48 minutos siguen siendo, con más de una posesión menos que la segunda, la marca más baja de siempre. El guionista de aquella extraña partitura decidió que el ritmo iba a ser andante. Marcados por el apretado y exigente calendario, la NBA decidió que había que bailar con prudencia, con el objetivo de que cada paso se hiciese notar. La melodía era propia de un funeral, el que despedía a unos Bulls que llevaron la competición a otro nivel mediático y que, a partir de ese momento, descansarían (o no) en la más reciente memoria de una liga que estaba de luto.
Igual que esa temporada supuso un punto y final a una gran etapa de la NBA, también supuso el inicio de una nueva. La mejor competición del planeta no tenía un foco mediático en ese momento. Los tres meses de temporada regular, sumados al mes y medio que duraron los Playoffs, supusieron una enorme tarea para el aficionado. Debían buscar algo que los divirtiese casi al nivel de Jordan y los Bulls. Y David Stern, comisionado por aquel entonces, encontrar la forma de exprimirlo al máximo para que la liga pudiera mantenerse mediáticamente a niveles similares a los de los 80’ y gran parte de los 90’. Al final, cómo es lógico, terminó brillando lo nuevo.
Sacramento Kings: rock & roll en mitad de una balada triste
El 14 de mayo de 1998, los Sacramento Kings se hicieron con los servicios de Chris Webber a cambio de Otis Thorpe y Mitch Richmond, quien venía de ser All-Star durante seis temporadas consecutivas. Poco más de un mes después, llegó el Draft. La franquicia californiana seleccionó con su pick 7 a Jason Williams, base de la universidad de Florida. Williams, sin embargo, no sería el único novato destacado de la franquicia en aquel curso. Peja Stojakovic, número 14 del mítico Draft de 1996, también aterrizó en la NBA. Durante uno de los últimos días de verano, el 17 de septiembre, se hizo oficial el fichaje de Rick Adelman como nuevo entrenador. Era un técnico prestigioso y que había conducido a los Portland Trail Blazers a dos Finales de la NBA.
El 22 de enero de 1999, apenas dos semanas antes del inicio del curso, fue un día tan atareado como exitoso en la oficina de Geoff Petrie, que estuvo al mando de las operaciones deportivas del equipo durante 19 años. Esa jornada firmó como agentes libres a Vlade Divac y Vernon Maxwell. Ya tenían experiencia a su servicio. El 24 de febrero, ya con 19 días de competición, habían disputado diez encuentros. Su balance era de 5 victorias y 5 derrotas. Horas antes de disputar el undécimo, los Kings oficializaron el fichaje de Scott Pollard, quien había sido cortado por los Hawks cinco días antes. Tuvo muy poco peso a lo largo de la temporada. Sin embargo, acabó teniendo minutos en todos los partidos de Playoffs y terminaría convirtiéndose en una figura importante en los Kings de principios de los 2000.
Sin embargo, como sabéis, el efecto revolucionario de ese equipo en 1999 no residía, ni mucho menos, en un pívot de rotación como Pollard. Lo hacía, en primer lugar, en el ritmo divertido y fresco que ofrecía un novato como Jason Williams. Sin ser un base que ganaba campeonatos, atrapaba al espectador con sus contraataques frenéticos, pases espectaculares y fintas ejecutadas a la perfección. Bajo la batuta de Adelman, marcaba el compás del juego de aquel entretenido equipo. También lo marcaba, aunque con algo más de pausa, el gran Vlade Divac. El interior serbio era un fantástico generador desde el poste. Era un adelanto, y espero que entendáis la comparación, de lo que ha encontrado la NBA en jugadores como Nikola Jokic. Fue el center que repartió más asistencias aquella temporada.

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Y si hablamos de generar desde puesto interiores, no podemos olvidarnos de Chris Webber. Pero el talentoso ala-pívot era mucho más que eso. Era también un gran anotador, un excelente reboteador y un fantástico defensor. Era, en definitiva, el líder de este conjunto y, sin temor a equivocarme, uno de los mejores jugadores del mundo por aquel entonces. Su extraordinario rendimiento en aquella temporada le valió para formar parte del segundo mejor equipo de la liga. Fue, además, el séptimo jugador más votado en una votación al MVP de la que hablaremos más tarde. Pero, sobre todo, fue la figura que guio a los Kings a un inesperado séptimo lugar en la Conferencia Oeste. Su primer año en la franquicia fue también el primero en el que los Kings firmaban un récord positivo (27-23) desde su llegada a Sacramento en 1985.
En un curso en el que el pace era de 88’9, el de Sacramento era de 96. Esa cifra suponía la mejor de la liga con 4’4 posesiones cada 48 minutos más que el segundo en este apartado -a día de hoy, en cambio, serían la segunda franquicia más lenta-. Ellos bailaban algo diferente al resto y por ese motivo eran tan atractivos. Y, por si fuera poco, eran competitivos. Muy competitivos. Y en los años posteriores lo serían todavía mucho más. En su primera aventura en postemporada les tocó lidiar con los veteranos Jazz de Stockton y Malone. El ritmo del baile fue algo neutral entre el aburrido mormón y el entusiasta californiano. Se inclinaba algo más, eso sí, a lo que gustaba en Salt Lake City.
Pese a ello, la serie –que se disputaba a lo mejor de cinco partidos- llegó 2-1 a favor de los Kings al Game 4. Encuentro que se disputaba en Sacramento y en el que la franquicia tenía la oportunidad de ganar su primera eliminatoria de Playoffs desde 1981. A falta de 7.2 segundos para el final, ganaban 89-88 tras dos tiros libres anotados por Divac. Utah sacaba en campo de ataque. La pizarra de Sloan buscó a Stockton que, tras bloqueo directo de Malone, se levantó pisando la línea de tres puntos. Bingo. Quedaban siete décimas en el reloj. Tras el tiempo muerto de Adelman, Jason Williams sacó un lanzamiento a la desesperada que apenas tocó tablero. La clasificación, que habían llegado a rozar con la yema de los dedos, estaba ahora más lejos que nunca.
El quinto encuentro fue tremendamente igualado. Es más, se llegó a una situación similar a la que tuvo lugar en el anterior. Con 88-88 en el marcador, los Kings tenían la oportunidad de derrotar a los vigentes subcampeones en su propia casa. Quedaban 9.2 segundos. Adelman diseñó una jugada para que Divac anotara desde el poste. El serbio sacó un gancho a apenas dos metros del aro… pero no entró. En ese preciso instante se acabaron sus opciones. Los Jazz fueron un rodillo en la prórroga y se acabaron imponiendo 99-92. Allí terminó una de las grandes historias de esa temporada tan atípica. La historia de un equipo que nadó a contracorriente y que estuvo a punto de eliminar a un coloso de la liga.
Vince Carter: una revolución en Canadá
Casi todos los años nos encontramos con algún novato que conquista los corazones de los aficionados, como es el caso de Jason Williams. Sólo unos pocos son capaces de cambiar el rumbo de una franquicia, como sucedió con LeBron James y los Cleveland Cavaliers. Y podemos contar con los dedos de ambas manos –y nos sobrarán- a aquellos que tuvieron un impacto cultural inmediato. Allen Iverson es un buen ejemplo para ello. Pues bien, Vince Carter fue capaz de hacer las tres.
Antes de contaros algo que muchos sabréis, que es el impacto de Carter en Canadá y en los Raptors, empezaré contándoos las vueltas que dio el pick con el que fue seleccionado en 1998. El 30 de junio de 1993, cuando el joven Vince tenía apenas 16 años y era una gran promesa de instituto, los Warriors traspasaron a ‘Penny’ Hardaway –número tres del Draft de aquel año- y sus primeras rondas de 1996, 1998 y 2000 a los Magic a cambio de Chris Webber. Un Webber que, ya de paso sea dicho, quiere agarrarse a este artículo como si le fuese la vida en ello. Volviendo a lo que nos concierne, Golden State traspasó (aunque no lo sabía, evidentemente) a Hardaway, Todd Fuller, Mike Miller y Vince Carter a cambió de un jugador que fue traspasado un año después porque “quería jugar en una ciudad más grande”.
El 29 de julio de 1994, 13 meses después del primer traspaso, Orlando envió las rondas de los Warriors de 1996 y 1998, junto con el veterano Scott Skiles, a los Washington Bullets a cambio de una segunda ronda de 1996 y una primera de 1998. Tan sólo unos meses después, el pick con el que acabo siendo elegido Vince Carter se volvió a mover. El 17 de noviembre regresó a los Warriors junto a la ya mencionada primera ronda de 1996, la de 2000 de los Bullets y Tom Gugliotta. ¿A cambio de quién? Sí, de Chris Webber.
Por fin, llegó el 24 de junio de 1998. Tras cuatro elecciones, David Stern dijo aquello de “With the fifth pick in the 1998 NBA Draft the Golden State Warriors select Vince Carter from the University of North Carolina”. Pero minutos después fue traspasado. Otra vez, aunque en esta ocasión sí le afectaba directamente. Los Raptors se hicieron con sus derechos junto con algo de dinero a cambio de su ex compañero en los Tar Heels Antawn Jamison, que fue elegido en la cuarta posición de aquel sorteo universitario. Y así fue como, capricho del destino, Carter llegó a Toronto.
Su rendimiento aquella temporada fue muy bueno. Algo irregular, pero lo suficiente para llevarse un premio al Rookie del Año que no estuvo demasiado disputado. De 118 votos, 113 fueron para él. Sólo el ya mencionado Jason Williams (3) y Paul Pierce (2) consiguieron arañar algún voto. También ganó el premio al mejor jugador de la tercera semana de marzo. Pero, sobre todo, cambió por completo el aspecto de una franquicia y de toda una ciudad. La temporada anterior habían ganado 16 partidos. En 1999, y con sólo 50 encuentros disputados, ganaron 23. Se quedaron a dos victorias del 50% y a cuatro de unos Playoffs que parecían imposibles de alcanzar incluso a medio plazo.

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Carter llegó en el cuarto curso de la franquicia en la NBA. Los Raptors tenían muy poco seguimiento por aquel entonces. Lo mismo sucedía con la otra franquicia canadiense de la liga, los Vancouver Grizzlies. Estos, a falta de una figura mediática como la de Carter, se trasladaron a Memphis en 2001. Vince fue capaz de conseguir que los torontonianos desviaran su mirada del hockey sobre hielo. Asombrados con la forma de volar de aquel joven escolta, asistir a sus espectáculos empezó a ser una actividad habitual entre muchos habitantes de la ciudad. Allí, en el Air Canada Centre, y durante los tres meses que duró la regular season de 1999, un recién llegado a la competición cambió el corazón de una afición que se acabó convirtiendo en una de las más fieles de la liga estadounidense.
Al final, el impacto de ‘Air Canada’ fue más longevo en el tiempo. De hecho, todavía perdura y lo hará por siempre en la concepción del baloncesto de este país norteamericano. Pero aquel 1999 fue el inicio de una bonita historia –también con sus grises, como todas- que se sigue escribiendo y que ya cuenta con un Larry O’Brien del que presumir. Y, por supuesto, uno de los pedacitos de ese título pertenece a aquel saltarín de pelo rapado que puso las primeras piedras de un camino que, sin él, jamás hubiera sido recorrido.
Un MVP particular
La temporada 1998/99 fue (y sigue siendo) una de las más especiales de la historia de la NBA. Por ser la primera después de Jordan y sus Bulls, por el cierre patronal y porque marcaba una nueva época en la liga. Sin embargo, como sabéis, es muy complicado que todo cambie de golpe. Y, rodeado de futuros iconos del siglo XXI dispuestos a comerse el mundo, el baloncesto de los 90’ dejó marcado su sello antes de decir adiós. Lo dejó en una carta destinada a ese grupo formado por leyendas como Shaquille O’Neal, Tim Duncan, Kobe Bryant o Allen Iverson. Esa carta decía algo así:
Nuestra década va a terminar y, con ella, nuestros días más brillantes y exitosos. Pero, muy a vuestro pesar, todavía no ha llegado a su fin.
Tranquilos, vuestro momento llegará más pronto que tarde. Hoy, sin embargo, me toca saborear el éxito. Quizás por última vez.
Ha sido un placer luchar contra vosotros y ganaros la carrera por el MVP. Otro año será.
Ahora, preparaos para los Playoffs.
Nos vemos en la guerra.
Firmado
El Cartero
Karl Malone fue, no sin polémica, el MVP de esa temporada exprés. Se convirtió, cerca de cumplir 36 años, en el jugador de más edad que se hace con este galardón. Superó precisamente a Michael Jordan, que logró su quinto premio al Jugador Más Valioso con 35 años y dos meses. Los Jazz de Malone acabaron segundos de la Conferencia Oeste con un récord de 37 victorias y 13 derrotas. Tanto en puntos como en rebotes por encuentro firmó sus peores registros de la década. Estuvo, por otro lado, a un gran nivel defensivo, formando parte por tercer año consecutivo del All-Defensive First Team.
Sus grandes rivales en la lucha por el MVP fueron Alonzo Mourning, que se hizo con el Defensor del Año, y Tim Duncan, que acabó levantando un trofeo todavía mayor aquella misma temporada. El segundo en aquella carrera fue Mourning, que llevó a los Heat –de los que vamos a hablar más tarde- al primer puesto de la Conferencia Este con 33 victorias y 17 derrotas. Con un poco menos de producción ofensiva que The Mailman, su extraordinario nivel defensivo equilibraba la balanza. Aparte de ser nombrado como mejor defensor de aquel curso, lideró la liga en tapones, con 3’9 por choque. Fue, probablemente, la temporada más destacada de su carrera.
Durante gran parte del año, se pensó que el MVP se acabaría disputando entre Malone y Duncan. El ala-pívot de los Spurs, con sólo un año de experiencia en la liga, estuvo a punto de convertirse en el -por aquel entonces- MVP más joven de la historia. Pese a compartir zona con una leyenda como David Robinson, su peso ofensivo en San Antonio estuvo casi a la altura del de Malone en Utah. Además, y pese al buen hacer de “El Cartero” en este aspecto, la defensa del ‘21’ fue algo mejor. El récord del conjunto entrenado por Popovich fue el mismo que el de los Jazz (37-13), pero los tejanos fueron los primeros clasificados de la conferencia.

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Con la carrera muy igualada, se pensaba que sus duelos directos podían ser decisivos. Duncan y los Spurs se hicieron con dos de sus tres encuentros, ambos precisamente durante las últimas semanas de competición. Los números del joven interior en aquellos head to head fueron superiores. Anotó más y con mejores porcentajes que el veterano de Luisiana, atrapó más rebotes y realizó el triple de tapones. Por lo tanto, parece que el impacto de esos encuentros en los periodistas que votaron fue prácticamente nulo. Ante la duda, se lavaron las manos y apostaron por el jugador de mayor recorrido en la liga. Jugador que ya vivió una polémica similar con su primer MVP en 1997. Hay quien dice que se le dio a él “porque Jordan ya tenía demasiados”. Pero eso, claro, es otra historia.
Las votaciones de aquella temporada fueron unas de las más igualadas que se recuerdan en la historia de la NBA. Malone recibió 827 puntos, con 44 votos como primero. Alonzo Mourning, segundo, consiguió 773 puntos y 36 votos de primer clasificado. Duncan, tercero en discordia, se quedó cerca de ambos con 740 puntos y 30 votos como jugador más valioso. Otros jugadores que fueron considerados como los mejores del curso por algunos periodistas fueron Allen Iverson (5 votos como MVP), Jason Kidd (2) y Shaquille O’Neal (1).
El desplome de los Heat y la machada de los Knicks
Los Miami Heat firmaron el mejor récord de su historia, por aquel entonces, en la temporada 1996/97. Ganaron 61 partidos y salieron derrotados en 21. Con Pat Riley en el banquillo y liderados en la pista por Tim Hardaway y Alonzo Mourning, llegaron a los Playoffs como segundo mejor equipo del Este. Tras superar a Orlando (3-2) y New York (4-3 tras superar un 1-3) por la mínima, poco pudieron hacer ante los Bulls en las Finales de Conferencia. Al año siguiente, volvieron a repetir el segundo puesto de conferencia en regular season. Pese a tener un peor balance que en 1997, sus opciones de anillo parecían algo mayores. Chicago era más vulnerable que el curso anterior y ya no parecía invencible. Sin embargo, cayeron contra todo pronóstico en primera ronda ante unos Knicks sin Ewing. Lo hicieron, además, perdiendo por 17 puntos en casa en el decisivo quinto encuentro.
De cara a la temporada que nos concierne, la 1998/99, no se reforzaron demasiado. Su incorporación más destacada fue, quizás, el experimentado Terry Porter. El base firmó con Miami el 22 de enero de 1999. Sí, el mismo día que Divac y Maxwell ficharon por los Kings. Lo hizo para ser la pieza más importante de su banquillo. Además de para aportar un grado de veteranía al alcance de muy pocos jugadores. Con él y con prácticamente el mismo núcleo que en años anteriores, el equipo de Florida salió a la guerra.
Su temporada regular fue todo un éxito. Ganaron 33 encuentros y, empatados con Indiana y Orlando, tuvieron el mejor balance del Este. Entraron en la postemporada como primeros de conferencia. Alonzo Mourning, como ya hemos mencionado, fue el Defensor del Año y entró en el mejor quinteto del curso. Tim Hardaway, que empezaría un rápido declive en las siguientes temporadas, estuvo a un nivel excelente. Formó parte del segundo mejor quinteto. P.J. Brown, ala-pívot de esos Heat, fue incluido en el All-Defensive 2nd Team.
El 8 de mayo, casi un mes más tarde de lo habitual, dieron comienzo los Playoffs de la NBA. Los Heat eran uno de los tres o cuatro grandes candidatos al título. En primera ronda, les tocó batallar con los New York Knicks, con quienes ya se habían visto las caras en los dos años anteriores. En ambas ocasiones, la serie se resolvió en un partido decisivo, un win or go home. Esta vez, parecía que Miami se podría imponer con más facilidad. Sin embargo, eso no sucedió.

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Los Knicks, con grandes actuaciones anotadoras de Allan Houston y Latrell Sprewell, conquistaron el Miami Arena en el Game 1. Lo hicieron con suma facilidad, superando al conjunto entrenando por Pat Riley por 20 puntos. Después de otros tres encuentros, se llegó a un definitivo quinto partido. Se jugaban un año fantástico en una sola noche y ante un equipo que se había visto en un escenario similar en varias ocasiones. Lo harían en casa pero, en esa situación, prácticamente daba igual.
Con 77-76 a favor de los Heat y tras una pérdida de Hardaway, los pupilos de Jeff Van Gundy tenían 19.9 segundos para dar la vuelta al marcador y llevarse la serie. Después de 15 malos segundos de ataque, la pelota salió por la línea de banda. Seguía siendo de los Knicks a falta de 4.5 segundos para el final del encuentro y sólo 4 de posesión. Houston recibió en la línea de tres frontal, botó una sola vez y se levantó desde el codo derecho de la zona. El balón rebotó una vez en el aro y otra en el tablero antes de entrar. Quedaban ocho décimas. Tras el tiempo muerto de Riley, Porter pudo sacar un tiro muy lejano. Tocó aro… pero no entró. Y allí acabaron los Playoffs de 1999 para Miami. Una eliminatorias en las que estaban dispuestos a arrasar y en las que, sin embargo, sólo duraron ocho días.
La aventura de los Heat termina. Por lo tanto, debemos encontrar un nuevo protagonista. Y cuál mejor que unos Knicks que los apearon de la lucha por el campeonato. Un eight seed que no se jugaba nada pero que acabó derrotando a uno de los mejores equipos de la competición. Y, como sabéis, su periplo en los Playoffs no terminó ahí. En Semifinales de Conferencia se enfrentaron a la segunda mejor defensa de la liga, los Atlanta Hawks. Pero en esa ocasión fue el conjunto neoyorquino quien frenó el ataque rival. Arrasaron 4-0 en una eliminatoria que acabó siendo de trámite y en la que dejaron a los Hawks en un pésimo 31’6% de acierto en tiros de campo. Estaban a un paso de las Finales de la NBA.
La temporada anterior, los Knicks fueron eliminados por los Pacers en Semifinales de Conferencia. Reggie Miller y compañía los batieron 4-1 y sin demasiadas dificultades. Más tarde, plantarían cara a los Bulls de Jordan en busca de un billete para las Finales. La serie se resolvió en un séptimo partido que cayó del lado de Chicago, a la postre campeones, por sólo cinco puntos. Ese mismo equipo de Indiana esperaba a los knickerbockers en las Finales de Conferencia. Cinco de los seis encuentros que tuvo esa eliminatoria se resolvieron por una diferencia inferior a diez puntos. Finalmente, los chicos de Van Gundy completaron una heroicidad que parecía imposible. Se hicieron con la corona de una Conferencia Este de la que habían sido octavos en regular season. Ahora el objetivo era, cómo no, el anillo de campeón.
San Antonio Spurs: el inicio de una dinastía
Desde la llegada de David Robinson a la franquicia, los Spurs casi siempre habían sido un serio aspirante al título. En sus ocho primeros años en la liga, pisaron las Semifinales de Conferencia en tres ocasiones y llegaron a las Finales del Oeste en 1995. Con la elección de Tim Duncan en el Draft de 1997, el equipo tejano dio un paso más hacia su objetivo. En su temporada rookie y primera de Popovich en el banquillo se volvieron a quedar cortos. Cayeron, una vez más, en segunda ronda. Con un Robinson de 33 años y que iba empeorando ligeramente su rendimiento, el curso 1998/99 se antojaba como una de las últimas oportunidades del club para conseguir el campeonato antes de una posible remodelación del equipo alrededor de Duncan.
El inicio fue horrible. Terminaron el mes de febrero con un balance de seis victorias y ocho derrotas. Era complicado empezar peor. Algunos de los encuentros perdidos fueron ante conjuntos presumiblemente inferiores como Cleveland, Minnesota o Seattle. Sin embargo, todo cambió en marzo. En aquel mes llegaron a acumular nueve triunfos consecutivos, perdieron en sólo dos ocasiones y se asentaron en la parte alta del Oeste. Su récord fue finalmente de 37-13, el mejor de la liga junto a los Jazz. Llegaron a Playoffs con la seguridad de que tendrían el factor cancha en todas las series que se pudiesen dar.
En primera ronda vimos el primer duelo en la postemporada entre Tim Duncan y Kevin Garnett. Pese a que los Timberwolves “robaron” el segundo partido en San Antonio, los Spurs acabaron venciendo sin demasiados problemas. Ganaron los dos encuentros en Minneapolis para cerrar la eliminatoria 3-1. En Semifinales de Conferencia esperaban los Lakers de Shaq y Kobe. El Game 2, al que se llegó con los Spurs 1-0 arriba, fue el más disputado de la serie. Los angelinos se imponían 75-76 a 18 segundos para el final. En ese periodo de tiempo, un Bryant de 20 años erró dos tiros libres, cometió una pérdida y falló un triple lejano sobre la bocina que hubiera provocado la prórroga. Finalmente, el conjunto californiano fue barrido por los Spurs de un Duncan que dominó la eliminatoria a su antojo.
En Finales de Conferencia les esperaban unos Portland Trail Blazers que acababan de apear a los Jazz. Aquel equipo, que no contaba con un gran anotador, llegó a una instancia a la que nadie habría imaginado meses antes. Mike Dunleavy, que fue nombrado Entrenador del Año, fue uno de los grandes responsables de que eso sucediese. Además del técnico, contaban con los servicios de unos jóvenes Rasheed Wallace y Damon Stoudamire, Isaiah Rider y una leyenda experimentada como Arvydas Sabonis, entre otros. El reto no era nada fácil, pero los Spurs partían como favoritos.
Como en la eliminatoria ante los Lakers, el partido crucial fue el segundo. Al igual que entonces, se llegó a él con los tejanos dominando 1-0. A falta de menos de tres minutos para el final, los de Oregon se imponían por ocho puntos. Pero los de Popovich recortaron la distancia hasta encontrarse dos abajo a falta de doce segundos. La posesión era suya. Mario Elie puso el balón en juego y Sean Elliott, ni corto ni perezoso, lanzó un triple a priori precipitado desde la esquina derecha. Acertó. A nueve segundos para el último bocinazo, San Antonio se puso por delante por primera vez en todo el encuentro. Tras dos intentos, los Blazers no consiguieron anotar. Y, pese a que esperaban dos partidos en su casa, no se recuperaron de aquel duro golpe. Pasaron por encima de ellos en Portland, donde los Spurs completaron la barrida.

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Eran las primeras Finales de la historia de la franquicia. Y llegaron a ellas con sólo una derrota en todos los Playoffs. La temporada había sido inmejorable y había llegado el momento de cerrarla por todo lo alto. Esperaba allí la revelación del año, unos Knicks que llegaban con el deseo de apartar al último Goliat de su camino hacia el anillo. Lo hacían, sin embargo, sin un Ewing que sufrió una lesión en el tendón de Aquiles durante las Finales de Conferencia. Parecía que los Spurs estaban en otro nivel, pero no por ello los pupilos de Van Gundy dejarían de luchar. Tras dos victorias cómodas de San Antonio en casa, New York se llevó el Game 3. Quedaban dos partidos en el Madison Square Garden antes de viajar a Texas si la serie lo requería.
En un igualado cuarto duelo, los visitantes se impusieron y colocaron el 3-1. El campeón del Este estaba contra las cuerdas, pero afrontó el match point sin miedo. El quinto choque fue, en honor al resto de la temporada, un baile exageradamente lento. Pero un baile agresivo, llevado a cabo en un charco de barro que impedía a los protagonistas moverse con fluidez. Después de una larga batalla de desgaste, el encuentro se adentró en el último minuto con 77-76 a favor de los Knicks. Fue a falta de 47 segundos cuando Avery Johnson, tras asistencia de Eliott, convirtió desde la esquina izquierda un lanzamiento de dos puntos que puso por delante a su equipo.
Tras una serie de posesiones en las que no se sumó ni un solo punto, New York se vio con la posibilidad de mantenerse vivo. Tenían 2.1 segundos para convertir un tiro. La pelota llegó a un Sprewell que, con los brazos de Duncan y Robinson encima, no fue ni capaz de tocar aro. Los Spurs eran los nuevos campeones de la NBA. Allí se empezó a formar la leyenda de un equipo que consiguió cuatro títulos más bajo la batuta de Popovich y el liderazgo de Tim Duncan (MVP de esas Finales). Se adaptaron mejor que nadie al ritmo lento que se propuso en una velada que, por diversas razones, lo requería. Y, gracias a ello, triunfaron.
Para algunos, la temporada del asterisco. Para otros, el año I después de Jordan y la dinastía de los Bulls. Pero lo innegable es que aquel curso, lockout incluido, supuso el inicio de una nueva etapa en la NBA. Una sin la gigante figura de ‘MJ’, pero con otras que tuvieron un impacto inmenso tanto dentro como fuera de la pista. Y no nos olvidemos, por supuesto, de las historias. Porque, por muy corta que sea una temporada e independientemente de lo mediáticos que sean quienes la protagonizan, la mejor liga del mundo siempre deja infinidad de historias que contar. Todas ellas parte, esta vez, de una canción corta cuyos compases parecían ser eternos. Como eterna es la huella que dejó aquel curso en el deporte que amamos.
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