El mundo del deporte está plagado de grandes historias de superación, victoria o redención. Los deportistas son encumbrados a una especie de altar del Olimpo en el que se nos muestran como semidioses, capaces de hazañas solo reservadas a aquellos que luchan y se esfuerzan y elevan sus habilidades humanas a términos inhumanos. Goles imposibles, canastas de otro mundo, saltos imperiales o carreras a velocidad del rayo nos muestran que esos superhéroes están al alcance de muy pocos y, por tanto, que las vicisitudes de la vida no les afectan.
Actualmente, y gracias a la visibilidad que algunos deportistas le han dado a los problemas mentales sabemos que no es así, que existe un submundo dentro del deporte que oculta discretamente los padecimientos de los deportistas, quizás por miedo, porque la sociedad no entendería lo que sufre un deportista de élite o porque nadie quiere ver caer a los dioses del Olimpo.
Chamique es una de esas personas que salió a lanzar un mensaje, que se expuso a la opinión pública con todas las consecuencias y que hoy en día es defensora de la Salud Mental en Estados Unidos. Da charlas y conferencias sobre la depresión, expone su caso y habla abiertamente de las consecuencias que la sobreexposición de los deportistas provoca.
Esta es su historia, la de muchos, la de todos en algún momento. Haremos bien en recordarlo.
Chamique demostró ser una de esas jugadoras diferenciales en su etapa en la universidad de Tennessee, jugando para las Lady Vols de Pat Summit. Los años de 1995 a 1999 pusieron en valor el potencial que atesoraba y la encumbraron a ese pedestal reservado a muy pocos. Su nombre figura entre leyendas como Cheryl Miller o Tamika Catchings, como únicas jugadoras en anotar más de 2000 puntos, coger 1000 rebotes, dar 300 asistencias y robar 300 balones. Chamique consiguió nada menos que 3 campeonatos de la NCAA y su nombre estaba escrito en el top 1 del draft de la WNBA desde que comenzó su andadura. Una jugadora versátil, que se movía con soltura, reboteaba, anotaba y hacía tantas cosas en la pista que las comparaciones con algunos de los mejores jugadores de todos los tiempos comenzaron a ser habituales. Por cierto, llevaba el 23. Los partidos en Tennessee eran seguidos por miles de personas que abarrotaban el Thompson–Boling Arena, con capacidad para más de 20.000 seguidores. La propia Pat mencionaba que en algunos momentos parecía que llegaran al estadio los mismísimos Beatles.
Fue en esa etapa cuando internaron a su padre en una institución mental, diagnosticado con esquizofrenia. Pat estaba preocupada por su estrella y le recomendó acudir al psicólogo. Ella lo intentó pero se decía «no quiero hacer esto, soy más grande que esto, más fuerte que esto, dejadme que me sacuda esto y vuelva al deporte. Necesito salir allí y anotar 20 puntos y capturar 10 rebotes». Algo comenzaba a gestarse en su interior.
Al finalizar su etapa en Tennessee, apareció en la portada de la prestigiosa revista SLAM, la primera mujer que lo hacía. Así de buena era.
Las Washington Mystics la seleccionaron como número 1 en el año 1999 y no decepcionó a nadie. Rookie del año, con números de 17 puntos y 7 rebotes. Todo iba bien. El año 2000 acudió a los Juegos Olímpicos de Sydney con el equipo nacional consiguiendo la medalla de oro junto a mitos como Lisa Leslie, Sheryl Swoopes o Dawn Staley.
Su mejor año en la WNBA fue el 2002 siendo la máxima anotadora de la competición y dejando registros en rebotes de 11.6 por partido, una auténtica barbaridad.
El 24 de julio de 2004 se perdió un partido de liga regular y después ya no disputó con el equipo ningún partido más, incluyendo los playoffs. Al final de esa temporada fue traspasada a Los Angeles Sparks, algo totalmente inusual para una jugadora top. Algo estaba sucediendo.
Durante la temporada 2005 sus promedios fueron buenos pero algo más bajos que hasta la fecha. Según sus propias palabras: «Tuve extremos altos y bajos en esos tiempos. La vida era una fiesta, querías socializar, pero también tenía días en los me aislaba e iba a un entramiento completo con el equipo sin hablar con nadie, ¿quién hace algo así? Pero era por lo avergonzaba que estaba.»
Estaba entrando en una espiral complicada, fundamentalmente por la pérdida de su abuela, quién la había criado. Aquello le provocó un estado de tristeza mayúsculo que no podía dejar atrás. Su comportamiento errático llamó la atención de un amigo suyo, quién llamó a un terapeuta que la diagnosticó con depresión. Estuvo luchando contra ella en silencio, sin que compañeras o staff técnico supieran nada. Aquel secreto no podía salir a la luz por miedo al juicio mediático y a los problemas deportivos que esto podía acarrear. El estigma de los problemas mentales todavía persistía y no se le daba la visibilidad que requerían los deportistas. Y ella lo estaba sufriendo en sus carnes.
Una temporada más en 2006 en la que había perdido la titularidad y sus números decrecían la llevaron a dejar el baloncesto en 2007 y ponerse en manos de profesionales que la trataran por la depresión y un intento de suicidio por ingesta de pastillas en ese 2006. El apoyo de amigos y familia la sacaron de ese bache y el trastorno depresivo se diagnosticó como trastorno bipolar, una condición de gravedad que precisaba tratamiento.
Volvió a las canchas en Atlanta Dream para demostrar que se podía continuar en el deporte de élite aún con una grave enfermedad mental encima. Una última temporada en 2010 con las San Antonio Stars cerraron una carrera plagada de altos y bajos pero de gran impacto inicial. Sus números siguen siendo tremendamente buenos con 16.9 puntos y 7.6 rebotes de media por partido en 11 años de carrera. Fue incluida en el Hall of Fame en 2018.
El momento vital más importante de su vida se produjo el 15 de noviembre de 2012, cuando fue detenida y puesta a disposición judicial con cargos como asalto con agravante (aggravated assault), daño criminal a propiedad (criminal damage to propierty) y conducta temeraria (reckless conduct) Y es que en una discusión con su pareja, la persiguió hasta casa de unos amigos, golpeó con un bate su coche una vez llegó al lugar, después extrajo un arma de fuego y disparó contra el vehículo vacío. Difícil caer más bajo.
Aunque a veces, las caídas hasta los pozos más oscuros ayudan a revelarte contra ellos. No siempre. Ella pudo donde muchos otros no. El cambio cuesta y conlleva grandes sacrificios. Chamique quiso continuar, contar su historia, desprenderse de sus demonios y compartir su experiencia. Diez años después lo ha conseguido. Ahora trabaja en la defensa de la Salud Mental, realiza charlas con los más jóvenes y lo ha plasmado en un documental «Mind/Game: the unquiet journey of Chamique Holdsclaw» completamente recomendable.
El deporte es un fenómeno mundial que acoge a propios y extraños, te imbuye de un espíritu de camaradería, ya lo practiques o seas de los que disfrutan viéndolo, y de un poder inimaginable. Crea sus propios dioses y también sus propios demonios. Nos arrastra a la emoción más increíble y a la más dolorosa, como si los resultados de personas que no conocemos importaran en nuestras vidas del día a día. Ese poder no debe ser tomado a la ligera porque aquellas personas que lo provocan son también eso, personas, humanos, que sufren, lloran y se deprimen. La exposición mediática es cruel e inhumana a veces. También es maravillosa y motivadora. De nosotros depende encontrar el término medio. Aunque, en definitiva, y para terminar, el baloncesto es un deporte, solo eso, aunque sea maravilloso.
Imágenes vía: Getty Images y AP
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